Editorial

Alimentos (II): la agricultura como prioridad

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Las preocupaciones del mundo agrícola -del Chile rural- no suelen estar al centro de la agenda nacional. Hoy, sin embargo, su capacidad de seguir siendo la principal fuente de alimento para el país enfrenta serias dificultades, en parte (paradójicamente) debido a su muy exitosa experiencia de apertura y globalización económica, pero también por un cierto exceso de confianza colectivo respecto de esa capacidad y una escasa atención a desafíos que la crisis alimentaria mundial está poniendo en evidencia.

La capacidad del mundo agrícola de seguir siendo la principal fuente de alimento para el país enfrenta serias dificultades.

Así, por ejemplo, Chile es hoy un importador neto de productos como soya y maíz, esenciales para la alimentación de aves, cerdos y ganado vacuno, esto es, para producir huevos, carne y leche; también lo es del trigo necesario para el pan. Los principales fertilizantes para muchos cultivos también son mayormente importados, lo que hace a Chile en extremo vulnerable a disrupciones del mercado internacional como las que está provocando la guerra entre Rusia y Ucrania -dos de los mayores productores mundiales-, o recientes eventos climáticos en distintas partes del globo.

En una presentación realizada en mayo ante la Comisión de Agricultura del Senado, representantes y expertos del mundo agrícola expusieron en forma elocuente -y gran sentido de urgencia- estos y otros desafíos que abren la puerta a que, incluso en el corto o mediano plazo, se produzca no sólo una abrupta escalada de precios, sino situaciones de escasez de alimentos.

La crisis hídrica agrava el problema -como ilustraron crudamente las imágenes de animales muertos por falta de agua en el norte hace un par de años-, pero en realidad la agricultura nacional enfrenta hoy una “tormenta perfecta” de alza de precios, falta de financiamiento, combustible caro, clima adverso y otros factores. Si la actividad agrícola deja de ser económicamente viable para más actores, si los campos se destinan a otros usos y si los agricultores se ven forzados a liquidar activos productivos, como está ocurriendo, las consecuencias pueden ser desastrosas.

La recién creada Comisión Nacional de Seguridad y Soberanía Alimentaria es un paso bienvenido, pero del todo insuficiente sin el apoyo clave de sectores como la banca, entre otros, junto a una estrategia comercial moderna y desideologizada. El mundo político y la sociedad civil deben darle prioridad a esta crisis, tal vez la más grave que enfrentamos.

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